Los partidos políticos deben ser los primeros en respetar los llamados
Derechos Humanos. No basta hablar de ellos y conmover con sesudas argumentaciones. En estas épocas de incertidumbre y desconcierto
ideológico los dirigentes que no entienden el proceso de cambios contribuyen al fin de la historia de sus propias organizaciones.
En el Perú está por suceder eso. Nuestro Partido, sobre el que hoy se
vuelven a posar negros nubarrones, nada nos dice sobre una propuesta ideológica y programática renovada que exprese de verdad
la secuencia de nuestro quehacer en pro de la justicia y motive nuevamente la aceptación consciente de la ciudadanía. Claro,
todos sabemos porque ocurre así: Nuestro Secretario General está más preocupado en pactar con el gobierno y conseguirle trabajo
en el consulado peruano de San Francisco, USA, a su cuñada, a su concuñado, a los sobrinos de su mujer que aparecen con status
de asilados políticos y, seguramente, también a uno de sus hijos que se pasea orondo entre Canadá, Nueva Yok y Miami.
No podemos sumarnos a esa oscuridad y mucho menos aceptar que nos conduzcan
a ella. Debemos salir de ella, hoy. Mañana es tarde. Las bases populares son las más afectadas. Dirigentes con criterios decimonónicos,
ambiciones sin disimulo y afán de protagonismo irresponsable, vienen confirmando en el escenario de la política peruana que
no hay cambio, que la pequeña historia de sus mezquindades y la preocupación por palpar en sus bolsillos algún sencillo, son tareas
para ellos urgentes en su quehacer cotidiano.
Sí, estamos en peligro de indefiniciones, de pérdidas de paso, de carencia
de objetivos realmente trascendentes. Parece que vuelven los tiempos de la sola preocupación por la cuenta corriente en bancos
extranjeros, el chalecito en Miami, el galpón extranjerizante para los cohechos, el menú interminable para la venta de
influencias, el afán vehemente por un rango social, político y económico para el cual no importa sacrificar valores
y voluntades y esperanzas ajenas.
Nada de eso debe volver a suceder y mucho menos en el Partido fundado
por Haya de la Torre. Nada de eso constituye hazaña y muchos menos historia. La libertad que implica una democracia para todos
debe ser la afirmación diaria de nuestras convicciones morales tal y conforme nos las inculcaron el Partido a través de nuestros
hermanos mayores en el dolor y la esperanza.
Tenemos una responsabilidad muy grande y quienes somos de verdad apristas,
quienes conocimos y tratamos al Fundador estamos moralmente obligados a guardar la buena marcha del Partido, de contribuir
a reestructurar sus cuadros organizacionales, de recrear, reformular y modernizar la secuencia doctrinaria y programática,
de elegir buenos, dignos y confiables dirigentes. Tenemos la obligación de salvarnos de nosotros mismos.
Si analizamos con sobriedad y científicamente la historia del Partido,
si vemos en cada una de las etapas de su accionar y tomamos con criterio de valor los diversos actos y pronunciamientos comprobaremos
que siempre quedó algo por hacer porque alguién no estuvo a la altura de las circunstancias.
Hoy, lejos de 1979 en que el Jefe partió, después de una actuación
gubernamental sobre la que no hemos hecho el análisis y la crítica debidos, por culpa de la dictadura del decenio fujimontesinista
y de los ayayeros de todo pelaje, tenemos la obligación moral, histórica y política de no volver a equivocarnos.
Por eso cc., felicito a quienes con tenacidad y valor cívico buscan
la verdad y la afirmación de nuestro compromiso de presentarle a los peruanos no solo programas coherentes sino personas decentes.
A ellos nuestro abrazo fraterno.
A quienes por conveniencia se apartan de los caminos críticos y de los
cuestionamientos, a quienes se suman al silencio cómplice en espera de canonjías y prebendas, a quienes se colocan al lado
de la coyuntura y protegen a quienes se rasgan en vano las vestiduras, debemos decirles que así no se hace Patria y mucho
menos Partido y que al colocarse al margen de la historia no tienen cabida entre nosotros.
Go home, Del Castillo!
Go to Miami!
DAVID WILSON GARCÍA